sábado, 7 de septiembre de 2013

Se lavaron sus heridas en el agua del mar...



Se lavaron sus heridas en el agua del mar y ahora están sentados en la arena mientras los centinelas vigilan desde lo alto de las dunas.

Es éste el precio de la paz cuando el amanecer se acerca y el miedo de morir es ese más humano de no vivir bastante.

La penumbra que aún esconde las aguas huele a algas pisadas y a agallas y tiene el poder inesperado de hacer hinchar los músculos pobres.

Si apartásemos el casi inaudible batir de la ola podríamos decir que el silencio cierra todo el horizonte y enseguida es absoluto cuando el primer arco del  
sol comienza a alzarse.

El mundo durante el minuto siguiente va a quedar rojo cereza y los hombres y las mujeres parecen flotar en el interior de un horno y son inmortales.

Distante creeríamos el año de 1993 y sin embargo aún es su tiempo.

Pero sueltas dispersas esperanzas sobreviven a los muertos interminables y a la sangre tanto que el sol encuentra en la playa una tribu que reposa entre dos  
batallas.

Y no ya como tantas veces antes un rebaño de carneros fugitivos con llagas de vergüenza en el lugar de los cuernos arrancados.

Oh, elocuentemente diríamos, oh, si no fuera preferible que recorriéramos la playa manchada de sangre diciendo algunas y discretas palabras en voz baja  
amigos míos.

Tanto más que desde el lado del mar se acerca volando el primer bando de gaviotas que desde hace mucho tiempo se ve en esta tierra ocupada.

Señal de que tal vez nos reconozca finalmente la vida y de que no todo se ha perdido en las humillaciones que consentimos algunas veces cómplices.

Están ahora sobre nosotros las gaviotas mirándonos desde lo alto y suspenden un poco sus cabezas para contemplarnos mejor y decidir quienes somos.

Entre tanto el sol ha salido completo de la madrugada mientras malheridos nos erguimos y los centinelas gritan porque el enemigo se acerca.

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