martes, 31 de marzo de 2015

El pajarito muerto








La santidad del mundo se me aparece
bajo la forma asustada de una ardilla
que me contempla entre los arbustos.
Debo esta aparición al Dios que me creó
y me hizo notar lo pequeño y lo insólito.
El polvo en el ala de la mariposa
es la lluvia jubilosa.
Me agacho y agarro al pajarito muerto
que ni la nieve supo ocultar.
¿Por qué lo mataste, oh Dios del frío
que, en la noche de Nueva York, une hombre y mujer?
Como la hormiga espero que pase el camión para atravesar
las vías sangradas por la herrumbre.
Igual al minero, amo lo que el tiempo hizo
sin que fuera preciso herir o insultar:
el casco podrido de un navío
o el fulgir de un diamante.
A esa forma de perfección, luminosa y fría,
aspiro a veces cuando, en la banca de un parque,
veo un pajarito muerto
y, hombre, soy la ardilla que las ardillas
miran con sorpresa.
Pido que me libere del rito funerario
al cielo que guarda el granizo y la tormenta.
¿Pero, cómo me oirá ese Dios sordo?
Con sus ojos vacíos, ¿de qué modo
me percibirá? Y las hojas caen, marchitas, y el otoño
es viento y podredumbre.

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