jueves, 8 de octubre de 2015

A Aristómenes de Egina, vencedor en la palestra







(…) Pero los éxitos no dependen de los hombres; la divinidad los da,
lanzando unas veces a uno a lo alto, y aplastando a otro.
Avanza con mesura. Tienes el premio ganado en Mégara,
y el del valle de Maratón, y en el certamen local de Hera
tres victorias, Aristómenes, conquistaste tu empeño. 

Sobre cuatro adversarios arremetiste
desde lo alto, planeando su daño.
Para ellos no se decidió de igual modo que para ti
en Delfos un regreso jubiloso,
ni al llegar de vuelta junto a su madre una suave sonrisa
suscitó el regocijo. Por las callejuelas,
a escondidas de sus enemigos
se deslizan temerosos, desgarrados por su fracaso.
pero quien ha obtenido algún reciente triunfo
muy airoso se eleva
impulsado por su gran esperanza
sobre los alados poderes de su hombría,
y tiene una meta superior a la riqueza.
En breve espacio crece la dicha de los mortales. E igual
de pronto cae por tierra, zarandeada por un designio ineluctable.
¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es? (…)

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