Dedicado a Ramón Gómez de la Serna
Y puse el despertador
a la cabeza del muerto.
A las siete despertose
en el sudario cubierto
el vientre hinchado de gases
y zapatillas de fieltro
un crucifijo en las manos
colmena de cirios tiernos.
Y zapatillas de fieltro.
Flores sin ojal, podridas
corriéndoles por el cuerpo.
Con unos lentes de niebla
por los ojos mal abiertos
azul la barba crecida
y uñas largas y pelo
rasgada la americana
por la espalada y el aliento
peste de entraña sin sangre
boca con labios de hielo.
Se levantó. La mañana
mostraba blanco su pecho.
Por faroles y ataúdes
salió hacia la calle el muerto
sus hombros de espantapájaros
se le llenaban de cuervos
dejaban un rastro de cruces
y le ladraban los perros.
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