miércoles, 29 de febrero de 2012





Y soñé que era un árbol 
y que todas mis ramas 
se cubrían de hojas 
y me amaban los pájaros 
y me amaban también 
los forasteros 
que buscaban mi sombra 
y yo también amaba 
mi follaje 
y el viento me amaba 
y los milanos 
pero un día 
empezaron las hojas 
a pesarme 
a cubrirme las tardes 
a opacarme la luz 
de las estrellas. 
Toda mi savia 
se diluía 
en el bello ropaje 
verdinegro 
y oía quejarse a mi raíz 
y padecía el tronco 
y empecé a despojarme 
a sacudirme 
era preciso despojarme 
de todo ese derroche 
de hojas verdes. 
Empecé a sacudirme 
y las hojas caían. 
Otra vez con más fuerza 
y junto con las hojas que importaban apenas 
caía una que yo amaba: 
un hermano 
un amigo 
y cayeron también 
sobre la tierra 
todas mis ilusiones 
más queridas 
y cayeron mis dioses 
y cayeron mis duendes 
se iban encogiendo 
se arrugaban 
se volvían de pronto 
amarillentos. 
Apenas unas hojas 
me quedaron: 
cuatro o cinco 
a lo sumo 
quizá menos 
y volví a sacudirme 
con más saña 
y esas no cayeron. 
Como hélices de acero 
resistían.

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