jueves, 27 de octubre de 2011

El otoño



Oh mustio afán, qué lánguido consuelo;
qué desazón sin brío, oh lenta calma.
Todo lo que caduca bajo el oro
se bate con la sed de la esperanza.


El río amarillea detenido, 
la rueda del molino bate y canta; 
ésta, veloz e inmóvil permanece; 
aquél, en manos del sigilo, pasa.


Barquera es la ansiedad; sobre los remos 
la fatiga combate la tardanza; 
agua arriba es la fe, rauda y caliente; 
abajo, la ilusión abandonada. 
Las aguas, al subir, rasgan su seno; 
al descender, la siguen desmayadas.


El resplandor callado de otoño 
en vírgenes cabellos se desata. 
La barca lleva un cuerpo desvelado 
bajo la sombra en oro de las ramas.


La carne no es medida para el sueño, 
el espíritu extiende la miada; 
herida sin saetas, la doncella 
siente su compasión enamorada, 
y la hermosura llora a la hermosura 
ante la tierra embellecida y clara.


El invisible tránsito del tiempo 
la declinante majestad declara. 
Amarrada la barca al sauce triste, 
contemplarás tu imagen abismada, 
el color de los ojos en olvido, 
ausente de sí misma la palabra.


Agonizan las frondas, sufre el cielo, 
ya cruje la tierra adentro la pisada, 
y al corazón poblado de caminos 
ya le duele la sangre solitaria.

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