Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado en no injuriar al mísero y al fuerte; cuando les quites oro y plata, advierte que les dejas el hierro acicalado.
Dejas espada y lanza al desdichado,
y poder y razón para vencerte; no sabe pueblo ayuno temer muerte; armas quedan al pueblo despojado.
Quien ve su perdición cierta, aborrece,
más que su perdición, la causa della; y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece.
Arma su desnudez y su querella
con desesperación, cuando le ofrece venganza del rigor quien le atropella. |
martes, 6 de diciembre de 2011
Por más poderoso que sea el que agravia
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