Hoy un amigo me ha regalado su último libro
y lo que dice el libro es que, en definitiva, sólo querría volar alto en el cielo, pero se ve reducido a arrastrarse por el fango que es la vida cotidiana, la de todos los días, y lo más terrible es que uno se acostumbra y termina pensando que eso es lo bueno, chapotear en el barro, y lo otro realmente no deja de ser una bobada, fantasías infantiles. Tiene razón mi amigo, hay algo llamado supervivencia y en su nombre la especie sacrifica al individuo, la estrella devora a la estrella y el universo se fagocita a sí mismo, pero como ninguno de nosotros es el universo nadie sabe de qué va todo eso y pasa de saberlo, uno se conforma con hallar un hueco y allí, sin sacar la cabeza del fondo, por si se la pisan, aguantar mecha hasta la consumación de los siglos, que es como algunos optimistas llaman a los pocos momentos que nos quedan de vida. Bien, tal vez esto sea así y hasta pueda considerarse un resumen cabal del pensamiento humano, al menos en cuanto a sus efectos en la mayoría de la gente, pero debo señalar que un poeta, como mi amigo, es un grano de arena en la máquina del mundo y no se contenta con hacerla chirriar, lo cual es bastante incluso para muchos sabios, sino que necesita salir de su agujero y cagarse en los engranajes de la máquina y saber si, cuando muera, su cabeza reposará en otra cuna o en la cesta del verdugo, segada por la guillotina de la nada. Está claro que a los poetas, aparte de deleitar a la concurrencia con armónicas estrofas, lo que nos gusta es incordiar, dar un toque desgarrado al sonido del arpa, en una palabra: aguar la fiesta. Es así y nadie tiene la culpa de ello. Además, si fuera de otra forma, es posible que incluso hubiera fiesta, pero no invitados. |
miércoles, 6 de junio de 2012
CARTA ABIERTA A UN POETA
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