I
Una mañana de mayo,
una mañana muy fresca, entréme por estos valles, entréme por estas vegas. Cantaban los pajaritos. olían las azucenas eran azules los cielos y claras las fuentes eran. Junto a un arroyo más claro que un espejo de Venecia, hallara una pastorcica, una pastorcica bella. Azules eran sus ojos, dorada su cabellera, sus mejillas como rosas y sus dientes como perlas. Quince años no más tendría y daba placer el verla, lavándose las sus manos, peinándose las sus trenzas. |
lunes, 1 de septiembre de 2014
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