Yo las amo, yo las oigo, cual oigo el rumor del viento, el murmurar de la fuente o el balido de cordero. Como los pájaros, ellas, tan pronto asoma en los cielos el primer rayo del alba, le saludan con sus ecos. Y en sus notas, que van prolongándose por los llanos y los cerros, hay algo de candoroso, de apacible y de halagüeño. Si por siempre enmudecieran, ¡qué tristeza en el aire y el cielo! ¡Qué silencio en la iglesia! ¡Qué extrañeza entre los muertos!
Cuando yo me haya ido -qué triste que me vaya- de esta madera mía que me hagan una guitarra. Cuando termine la muerte, si dicen: "¡A levantarse!", a mí que no me despierten. Que por mucho que lo piense, yo no sé lo que me espera cuando termine la muerte. Que yo me conformo siempre, y una vez acostumbrado a mí que no me despierten. Para encontrarme conmigo vuelvo a salir a la calle, calle del tiempo perdido. Para encontrarme contigo estoy buscando en el suelo las huellas de su sonido. Para encontrarme con nadie me pongo a mirar arriba, ¡Auxilio, que Dios me ampare! Mis cuentas no están cabales: me falta una golondrina y me sobran tres cristales. Mira qué cosa tan rara: pasé la noche contigo estando solo en mi cama. En este día cualquiera párate a ver cómo canta, antes que me vaya fuera, mi corazón en tu mano y tu boca en mi garganta por la mañana temprano. Ponte a vivir como loco: ama, ríe, bebe, olvida. Puesto a vivir todo es poco por más que dure la vida. El mar no puede morir, se quedará navegando aunque no haya nadie aquí. Si otros no buscan a Dios yo no tengo más remedio: me debe una explicación. No digo que sí o que no. Digo que si Dios existe no tiene perdón de Dios. No digo que no o que sí. Digo que me gustaría que Él también creyera en mí. Yo no le guardo rencor. Si le encuentro alguna vez nos perdonamos los dos. Mi pobre tierra no puede darme lo que estoy buscando. Nadie da lo que no tiene. Yo no culpo a Andalucía, sé muy bien que a su esperanza le pasó lo que a la mía. Averigua quién te dio esas ganas de morirte. Ha tenido que ser Dios. Ha tenido que ser Dios un día que estaba triste. No tiene otra explicación.
Era invierno; llegaste y fue verano. Cuando llegue el verano verdadero, ¿qué será de nosotros? ¿Quién calentará el aire más que agosto y que julio? Tengo miedo de este error de los meses que has traído. ¿Quién es nuestro aliado: tú o yo? Cuando llegue el verano quizá el aire esté frío... Era invierno y llegaste.
Cultivo una rosa blanca en junio como enero para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca.
En la playa he encontrado un caracol de oro macizo y recamado de las perlas más finas; Europa le ha tocado con sus manos divinas cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro y he suscitado el eco de las dianas marinas, le acerqué a mis oídos y las azules minas me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento y un profundo oleaje y un misterioso viento... (El caracol la forma tiene de un corazón.)
Y nos llegó la hora de bailar. La música caía como lluvia agitada y un mar en nuestros muslos acentuaba el vértigo. Llegó la savia nueva con un ritmo de trópicos y germinó en la piel. Olvidamos la sarga y la estameña y nos cubrimos ágiles con la encendida pulpa del tamarindo.
Hora tras hora, día tras día, Entre el cielo y la tierra que quedan Eternos vigías, Como torrente que se despeña Pasa la vida.
Devolvedle a la flor su perfume Después de marchita; De las ondas que besan la playa Y que una tras otra besándola expiran Recoged los rumores, las quejas, Y en planchas de bronce grabad su armonía.
Tiempos que fueron, llantos y risas, Negros tormentos, dulces mentiras, ¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron, En dónde, alma mía?
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Han venido. Invaden la sangre. Huelen a plumas, a carencias, a llanto. Pero tú alimentas al miedo y a la soledad como a dos animales pequeños perdidos en el desierto.
Han venido a incendiar la edad del sueño. Un adiós es tu vida. Pero tú te abrazas como la serpiente loca de movimiento que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto, tú abres el cofre de tus deseos y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan.
Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata para que un día puedas calmar la sed ardiente, la sed que con su fuego más que la muerte mata. Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,
otra agua que la suya tendrá que serte ingrata, busca su oculto origen en la gruta viviente donde la interna música de su cristal desata, junto al árbol que llora y la roca que siente.
Guíete el misterioso eco de su murmullo, asciende por los riscos ásperos del orgullo, baja por la constancia y desciende al abismo
cuya estrada sombría guardan siete panteras: son los Siete Pecados las siete bestias fieras. Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo