Sí, esta tarde no es imagen,
las nubes son rosas, sí,
las rosas son vida, sí.
Esta tarde tú eres tú,
no es nube el amor en mí,
es vida la rosa en mí.
NUESTRA VOZ |
Para que los pasos no me lloren,
canto. Para tu rostro fronterizo del alma que me ha nacido entre las manos: canto. Para decir que me has crecido clara en los huesos amargos de la voz: canto. Para que nadie diga: tierra mía!, con toda la decisión de la nostalgia: canto. Por lo que no debe morir, tu pueblo: canto. Me lanzo a caminar sobre mi voz para decirte: tu, interrogación de frutas y mariposas silvestres, no perderás el paso en los andamios de mi grito, porque hay un maya alfarero en su corazón, que bajo el mar, adentro de la estrella, humeando en las raíces, palpitando mundo, enreda tu nombre en mis palabras. Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos, porque viene al encuentro de mi dolor humano. Me busca del abrazo del mar hasta el abrazo del viento para ordenarme que no tolere el crepúsculo en mi boca. Me acompaña emocionado el sacrificio de ser hombre, para que nunca baje al lugar donde nació la traición del vil que ato su corazón a la tiniebla inegándote! |
A Guido |
Tú Guido, y yo con Lapo desearía
que fuésemos por alto encantamiento puestos en un bajel que a todo viento a nuestra voluntad bogara y mía. Y ni mal tiempo o tempestad bravía nos pudiese causar impedimento, antes creciese en el común contento el deseo de estar en compañía. Y allí el encantador condescendiente también pudiese a nuestras damas bellas, Beatriz, Juana y la que Safo adora: ¡Y hablando allí mi amor eternamente, tan satisfechas cual nosotros ellas, se nos huyese un siglo como una hora! |
EL SEMBRADOR |
Es la hora solemne del crepúsculo.
Bajo la parra del portal sentado, miro el fulgor postrero que ilumina los últimos afanes del trabajo. . En la tierra, que tornan renegrida la sombra nocturnal y el corvo arado, conmovido contemplo a un achacoso sembrador que á los surcos lanza el grano. . Sobre el mudo horizonte se destaca el escueto perfil de aquel anciano, que deja ver, al rayo del poniente, sombra en sus ojos y en su cuerpo harapos. . Y siento, al ver cuál lanza la futura mies bendecida entre los surcos anchos, la fe, la fe profunda que él abriga en el útil transcurso de los años. . Recorre la llanura ilimitada, pasa, vuelve, prosigue. Los puñados lanza, y torna á lanzar, de la simiente entre la vaga oscuridad del llano. . Y yo, mudo testigo, lo contemplo y medito á la vez...La noche en tanto confunde, al empañar los horizontes, la negra tierra con el negro espacio. . Y parece que el viejo pensativo, al extender con majestad la mano, arroja al infinito la semilla que en el surco del cielo son los astros. |
La cabellera cortada |
¿Son éstos los rubísimos cabellos
que ya bajando en trenzas elegantes, ya llovidos de perlas y diamantes, ya al aura sueltos, eran siempre bellos? ¡Ah! ¿Quién los pudo separar de aquellos vivos marfiles que ceñían antes, del más bello de todos los semblantes, de sus hermanos más felices que ellos? Médico indocto, ¿fue el remedio solo que hallaste, el arrancar con vil tijera tan rico pelo de tan noble frente? Pero sin duda te lo impuso Apolo para que así no quede cabellera que con la suya competir intente. |
A sí mismo |
Ahora reposarás y para siempre,
cansado corazón. Murió el engaño que eterno imaginé. Murió. Y advierto que en mí, de lisonjeras ilusiones con la esperanza, aun el anhelo ha muerto. Para siempre reposa; basta ya de palpitar. No existe cosa digna de tus latidos; ni la tierra un suspiro merece: afán y tedio es la vida, no más, y fango el mundo. Cálmate, y desespera por última vez: a nuestra raza el Hado sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo, desdeña tu existencia y la Natura y la potencia dura que con oculto modo sobre la ruina universal impera, y la infinita vanidad del todo. |
Era en invierno. Estábamos, ya tarde,
sentados junto al fuego, muy turbados, y con hablar de tiempo, enrojecíamos cual niños de colegio enamorados. Sus ojos al bordado ella inclinaba y al techo los tenía yo clavados; no se dijera que ambos observásemos sino que ambos éramos observados. Pensaba yo: "Por sólo una sonrisa le daría la sangre de mis venas, y de las flores de mi ingenio el ramo". Cuando de pronto, alzose ella muy pálida, sus manos escondió entre mis cabellos y "Escucha -dijo susurrante-: "Te amo". |
Siéntate
a la mesa. Bebe un vaso de agua. Saborea cada trago. Y piensa en todo el tiempo que has perdido. El que estás perdiendo. El tiempo que te queda por perder. |
Alma, tú, que diversas cosas tantas
ves, oyes, hablas, lees, piensas y escribes; vos ojos, y sentido, tú, que vives para al pecho llevar sus voces santas; ¿después o antes quisisteis andar cuantas sendas tan mal andáis por mil declives, sin hallar ni ojos suyos, ni arrequives, ni huellas adoradas de sus plantas? Hoy con tan clara luz y signos tales no debería errar en el vïaje que me encumbra a moradas celestiales. Esfuérzate en llegar, flaco coraje, por niebla de desdén y dulces males, siguiendo el paso y luz de su visaje. |
GUIMEL |
Con los pies torpes aún del sueño, con el alma aún velada por las tinieblas que en el sueño
se acumulan, he intentado alargar mi paseo por las calles con aire juvenil. Y he marchado tras las muchachas jóvenes, para alegrar mi corazón. Pero tras de sus pasos ligeros me he sentido tan cansado y me he sentido tan extraño a ellas, con mi corazón amargo de experiencia, que bien pronto las he dejado perderse entre la multitud y he seguido yo solo mi camino. Y he vagado, sin rumbo y sin objeto, ante los reverberos, viendo pasar ante mí la vida, la vida lejana y esquiva, la vida que se aleja para siempre del hombre que ya perdió su juventud y duerme en pleno día. |
PADRE |
Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre roncaba como cuando, zagal, dormíamos en la era. Me tiró sobre el pasto de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido a sus brazos mi fuerza, no quise retirarlo, porque padre era padre: él sabría qué hiciera. Tampoco duró mucho. Y piafaban las bestias. |
Desayuno con poesía.