EN UNA AUSENCIA |
¿Dónde estás que no te encuentro,
dulce amor del alma mía? ¡Maldición eterna el día que arrancó mi bien de mí! ¿Dónde están aquellas horas que el amor me dio en tus brazos? ¿Quién rompió los tiernos lazos con que unido estuve a ti? Hado bárbaro me sigue, no hay mudanza en mi fortuna: infeliz desde la cuna, infeliz seré al morir. Dame tregua a la esperanza; pruebo el bien, más pronto vuela; si un instante me consuela luego aumenta mi gemir, Si ambicioso el pecho mío dichas mil pidiera al cielo, bien pudiera el vano anhelo con dureza castigar. Más no quiero yo esos bienes: vierta en otro su tesoro: sólo pido un bien que adoro y jamás lo he de gozar. Retirado a oculto asilo, denme ¡ay, Dios! que en dulce calma, embebida en ti mi alma, viva exento de temor. ¡Qué placer! Allí mi gloria fuera verte a cada instante, mi universo tu semblante, mi ventura solo amor. Y no amor arrebatado, pasajero, mal seguro, sino aquel tranquilo y puro, hecho sólo a consolar. Lento fuego, hermosa llama, cual luz del occidente que ,al ponerse, aunque no ardiente, nunca deja de brillar. Débil choza bastaría a prestarnos fiel asilo, que un hogar, cuando es tranquilo, sobra a un puro corazón. Guarden ¡ay! esos tiranos para sí el poder, la gloria, de ellos sólo en mi memoria quedará la compasión. ¡Ah! Yo en medio de mis males sé que tengo quién me llora, quién en este instante, ahora, suspirando por mi está. Ellos ¡míseros! me envidian, que no saben qué es ternura; yo más quiero esta amargura que el placer que el oro da. |
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