LOS LIMONES |
Escucha, los poetas lauredos
se mueven solamente entre las plantas de nombres poco usados: boj ligustro o acanto. Yo amo los caminos que dan a las herbosas zanjas donde en los charcos medio secos agarran los muchachos alguna anguila exhausta: los senderos que siguen los ribazos, bajan entre penachos de las cañas y llevan a los huertos, entre los limoneros. . Mejor si la algazara de los pájaros engullida por el azul se apaga: más claro se oye el susurro de las ramas amigas en el aire que casi no se mueve, y los sentidos de este olor que no sabe despegarse de la tierra y llueve en el pecho una dulzura inquieta. Aquí de las entretenidas pasiones milagrosamente calla la guerra, aquí también a los pobres nos toca nuestra parte de riqueza y es el olor de los limones. . Ves, en este silencio en que las cosas se abandonan y próximas parecen a traicionar su último secreto, a veces uno espera descubrir un error en la Natura, el punto muerto del mundo, el eslabón que cede, el hilo a desenredar que finalmente nos lleve al centro de una verdad. La mirada escudriña alrededor, la mente indaga acuerda desune en el perfume que desborda cuando más languidece el día. Son los silencios en los que se ve en cada sombra humana que se aleja alguna turbana Divinidad. . Pero falta la ilusión y nos devuelve el tiempo a las ciudades ruidosas donde el azul se muestra sólo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios. La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa el tedio del invierno sobre las casas, la luz se vuelve avara, amarga el alma. Cuando un día por un mal cerrado portal entre los árboles de un patio se nos muestra el amarillo de los limones; y el hielo del corazón se derrite, y en el pecho nos vierten sus canciones las trompetas de oro de la solidaridad. |
martes, 14 de enero de 2014
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