Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte; que no te quite el manto de la perfecta juventud. Inmóvil junto a tu cuerpo de muchacha dulce quede, al hallarte, el tiempo. Si tu hermosura ha sido la llave del amor, si tu hermosura con el amor me ha dado la certidumbre de la dicha, la compañía sin dolor, el vuelo, guárdate hermosa, joven siempre. No quiero ni pensar lo que tendría de soledad mi corazón necesitado, si la vejez dañina, perjuiciosa cargara en ti la mano, y mordiera tu piel, desvencijara tus dientes, y la música que mueves, al moverte, deshiciera. Guárdame siempre en la delicia de tus dientes parejos, de tus ojos, de tus olores buenos, de tus brazos que me enseñas cuando a solas conmigo te has quedado desnuda toda, en sombras, sin más luz que la tuya, porque tu cuerpo alumbra cuando amas, más tierna tú que las pequeñas flores con que te adorno a veces. Guárdame en la alegría de mirarte ir y venir en ritmo, caminando y, al caminar, meciéndote como si regresaras de la llave del agua llevando un cántaro en el hombro. Y cuando me haga viejo, y engorde y quede calvo, no te apiades de mis ojos hinchados, de mis dientes postizos, de las canas que me salgan por la nariz. Aléjame, no te apiades, destiérrame, te pido; hermosa entonces, joven como ahora, no me ames: recuérdame tal como fui al cantarte, cuando era yo tu voz y tu escudo, y estabas sola, y te sirvió mi mano. |
viernes, 8 de noviembre de 2013
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